Ni vacía ni vaciada. La España que hemos vaciado

El tema de la despoblación está actualmente en numerosas bocas y mesas, pero es algo sobre lo que se lleva reflexionando en los pueblos desde hace muchos años. Es innegable  que ha sido esencial el libro de Sergio del Molino para dar visibilidad al “problema”, lo leímos hace tiempo en el Club de Lectura de la biblioteca municipal y nos pareció clave para entender cómo hemos llegado a la situación que vivimos hoy en día.

¿Qué hacer? ¿Cómo revertirlo? Revertirlo, volver a la distribución de la población de la primera mitad del siglo XX no me parece factible. Los modos de subsistencia han cambiado de tal manera que no creo que haya marcha atrás. E intentar “vender” la vida en el mundo rural como una especie de Walden me parece un error, pocos Thoreau hay.

¿Y ya está? ¿nos cruzamos de brazos y aceptamos el inexorable destino? Ni hablar.

Me gustaba el “vacía”, era la constatación de un hecho. Pero si nos ponemos a dar vueltas al lenguaje, hagámoslo mejor. “Vacía” ¿por arte de magia? “vaciada” ¿por otros? En el primer caso, que sean los hados los que lo solucionen de ser necesario. En el segundo caso, que sean “otros”, los que la han vaciado, quienes lo arreglen. Así que me quedo con «la España que hemos vaciado». Porque si ese “hemos” nos implica a todos en el problema (en caso de que así se considere), nos impele a todos a ser parte de la solución.

¿Eso significa cambiar de vida e irnos a un pueblo? Bueno, es una opción*. Posiblemente, los miles de personas que cada año visitan Sos del Rey Católico, que se alojan en los establecimientos, comen o toman algo en bares y restaurantes, compran en las tiendas… no son conscientes de que ayudan –y mucho- a afianzar la población en el medio rural en el que estamos.

ventanaNo digamos ya los que deciden rehabilitar o mantener aquí su casa familiar, que vienen cuando pueden y no traen el maletero cargado de compra sino que consumen en los establecimientos de la villa.

Evidentemente, en un pueblo no puedes comprar todo lo que necesitas o quieres, y el desarrollo de las ventas por internet nos ha facilitado la vida notablemente. Sin embargo, ¿comprar en Am-z-n una crema que puedo comprar en la farmacia por ahorrarme 1,5 €? No me parece un ahorro ni siquiera mínimamente significativo comparado con las ventajas de poder tener una farmacia cerca. Es sólo un ejemplo, y aplicable también a las ciudades. Que luego nos quejamos de que en el barrio sólo hay peluquerías y casas de apuestas.

Pueden parecer cuestiones pequeñas, y lo son si las vemos de manera individual. Pero en un lugar como Sos del Rey Católico donde el censo de población ha bajado un 22% en 15 años (de 754 en a 2002 a 588 en 2018), cada persona cuenta. Y mucho.

Vivir y sobrevivir. Captáis la diferencia, ¿verdad? Para sobrevivir se necesita un lugar donde vivir, trabajo para poder mantenerse y contar con servicios básicos (colegio, médico… y comunicaciones). Aquí las instituciones pueden hacer mucho, o muchas cosas distintas: fomentar la rehabilitación de casas para alquiler, mejorar el transporte público (o más bien, evitar que siga empeorando), acuerdos con las compañías de telecomunicaciones para las ampliar la cobertura móvil y la señal de Internet, establecer distintos medios de financiación municipal para que se pueda disminuir el IBI (en Madrid es el 0,51% del valor catastral, en Sos el 0,66%), plantear bonificaciones en la cuota de autónomos para los que ejercemos la actividad en entornos pequeños…. Ojo, considero que las actuaciones de las distintas instituciones ya hacen y han hecho por atender a la población que vive más allá del límite de las ciudades. Pero hay un amplio margen para seguir actuando, de verdad, no con algunas de esas ideas “peregrinas” que leo como parches o soluciones a la despoblación.

Casas

*Opción. Vivir. Las chicas de la familia hemos salido rurales. Yo llevo tiempo afincada en Sos, y mi hermana vive gran parte del año en el pueblo del Pirineo de donde procede la rama de mi abuela paterna. Esto creo que es una cuestión de carácter y un poco de suerte.

Vivir implica tener opciones de aprendizaje, desarrollo personal y ocio. Biblioteca municipal, escuela de música, actividades organizadas por distintas asociaciones (¡qué pena que las clases de baile sean el sábado a la tarde!), aula mentor, polideportivo… y la ventana que supone la pantalla de un ordenador. Implica además tener un entorno social de anclaje, y para las personas que aterrizan en un pueblo, el abanico de actividades permite establecer lazos y aficiones más allá de compartir una copa en un bar. Un poco de suerte para encontrar personas afines marca una gran diferencia.

Evidentemente, hay momentos de bajón, algún instante de aburrimiento y sensación de soledad. Pero ni más intensos ni más frecuentes que cuando vivía en Donosti. Vivir en una ciudad no garantiza una vida plena. Y sin embargo, por el mayor impacto que se puede tener, en un entorno rural parece más fácil alcanzar una vida lograda (concepto de Alejandro Llano plasmado en el libro de ese mismo título).

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Estarás o no de acuerdo con lo aquí expuesto, es mi reflexión personal, basada en mi propia experiencia, y escrita no el momento más optimista respecto a mi entorno. Centrarse en lo positivo, intentar minimizar el impacto lo que no nos gusta y hacer por cambiar o mejorar aquello que podamos me parece una actitud clave viva uno donde viva, pero más aún en el medio rural.

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